Rafael Rattía
9 de marzo de 2000:

Se ha suicidado el gran escritor. Poquísimos escritores del turbulento siglo XX venezolano llevaron una vida tan dignamente consubstanciada con su extraña y díscola manera de pensar. Una rara avis de la literatura de la pasada centuria que, coincidencialmente también acaba de finalizar. Ya cansado de tanto fárrago citadino, de tanta zancadilla urbana caraqueña decidió, en los últimos años de su prolífica existencia, exiliarse voluntariamente en su lar nativo, su San Juan de Los Morros entrañable, con su huerta familiar, sus libros de siempre y su inseparable máquina de escribir que era tanto como decir el aire que respiraba. Sus urticantes artículos de opinión en este medio y en La Razón causaron no poco escozor en el cansino ánimo y en la vapuleada sensibilidad de nuestra timorata intelectualidad vernácula. Siempre urdió su lacerante verdad estética, literaria, política, etc, muy a pesar de los letrados «iletrados» que vivieron y aún viven del uso abusivo de los presupuestos culturales del Estado venezolano. No le hizo concesiones de «principios» a los tartufos de la literatura nacional ni cedió un ápice a las funambulescas tentaciones burocráticas de la lujuria del poder.

Nuestro escritor, vaya que si lo era y de los mayores, decidió por mano propia seguir la «ruta» trazada por J.A. Ramos Sucre, Andrés Mariño Palacio, Martha Kornblith, Gelindo Casasola y demás suicidas ilustres de nuestro parnaso literario.

Argenis puso a temblar a la fatua élite pusilánime de la intelectualidad venezolana con su hidalga e iracunda pluma que no daba tregua a los pérfidos y timoratos de nuestras letras.

Siempre supe de la andadura escritural del valiente intelectual a través del novelista Alberto Jiménez Ure quien bondadosamente me facilitó parte de su punzante obra literaria que «devoré» con singular rapidez durante tiempos igualmente aciagos. Con los más extraños adjetivos fue inútilmente calificado nuestro gran hombre de letras: desde «escritor de derecha», «poeta maldito», «bohemio y bebedor iredento» y algunas «pajas» más que no vienen al caso. No obstante el infame ventilador de denuestos que siempre colocó la intelectualidad subsidiada contra su insobornable lucidez, la inteligencia y la pulcritud de su escritura trascendió los muros de la intolerancia y la incomprensión. Argenis, compañero de horizontes en las letras venezolanas, quienes no alcanzamos a conocerte personalmente te acompañaremos siempre leyendo tu obra sin concesiones de ninguna índole. Desde aquí levantamos nuestra copa para reconocer tu gesto definitivo. No todo el mundo tiene la valentía de abolirse por su propia mano, y lo que es más grande, dejar tras de sí huellas dignísimas de ser emuladas.

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