Cuando los historiadores de la literatura venezolana se dispongan a hacer el balance de saldos de la creación literaria del siglo XX recién finalizado, el nombre del narrador, ensayista e irreverente articulista Argenis Rodríguez no podrá faltar en el compendio antológico de las letras patrias que necesariamente tenga que hacerse para ajustar cuentas sobre ¿quién es quién en la literatura venezolana del siglo XX?. Digo esto porque termino de leer un libro, conmovedor, como pocos se han escrito en este país. Se trata del magnífico libro titulado: DESESPERACIÓN CALIFICADA, escrito por el polémico y terrible escritor venezolano José Sant Roz, editado por la Universidad de Los Andes en Junio de 2000. 168 páginas.

Sant Roz nos descubre a un Argenis Rodríguez tal como habría que imaginarlo si hubiésemos tenido la suerte y el privilegio de haberlo conocido personalmente. El autor de esta DESESPERACIÓN CALIFICADA, por lo visto y leído, realizó un descomunal esfuerzo de rigurosa recopilación documental de proporciones impensables: rescató cartas, puso a salvo manuscritos, hojas sueltas, recuperó fragmentos mecanografiados, carpetas con legajos de folios en proceso de elaboración de Argenis que aguardaban por su oportuna y justa publicación. Hay que felicitar a José Sant Roz por la paciente tarea que él mismo se propuso acometer al concebir esta especie de libro-homenaje a ese admirable escritor que fue en vida el Dostoiewski venezolano de la pasada centuria.

Gracias a José Sant Roz, a su meticulosa acuciosidad, podemos saber de las apasionadas lecturas de Argenis, de su admiración hacia la desordenada y atrabiliaria vida de Hemingway, de sus intensas lecturas de Tomás Wolfe, de su respeto por Novalis. Nadie en Venezuela conoció a Balzac como Argenis Rodríguez. Cada vez que el escritor tenía la menor oportunidad lo vociferaba a los cuatro vientos; se enorgullecía de haber leído a Balzac como nadie lo había leído. Argenis se ufanaba como un niño de las lecturas que hacía, casi no hablaba de lo que estaba escribiendo pero al menor resquicio, cuando una de sus columnas en los periódicos caraqueños de circulación nacional se lo permitía le restregaba en la cara al lector sus últimas lecturas. Creo que lectores como Argenis nacen cada cien años. Tenía una veleidad casi borgesiana a la hora de decir a qué escritor universal se había leído en su totalidad.

Cuántos anatemas, cuántos dicterios, cuántos denuestos escatológicos no vertió la izquierda parlamentaria y cretina sobre el Argenis escritor. La izquierda pacificada, civilista; la izquierda sibarita y subsidiada por el antiguo INCIBA hoy convertido en CONAC lo escarneció hasta el asco. Qué adjetivos deplorables no hilvanó la intelectualidad pacata y gazmoña venezolana en contra de ese grito furibundo e indomable que significó la escritura anárquica y violenta de Argenis durante los últimos treinta años de literatura nacional. Que Argenis Rodríguez fue un dandy irresponsable que detestaba las normas de “convivencia” entre los hipócritas de las élites intelectuales y artísticas capitalinas, eso no extrañó a nadie nunca.

Desde la irrupción al escenario editorial de ENTRE LAS BREÑAS, libro emblemático que hizo de Argenis un inapagable objeto de odio por parte de los poetastros adulantes de todos los oficialismos, hasta MILENIO, su última novela, este desesperado de la literatura venezolana dejó un fabuloso legado de libros, entre publicados e inéditos, que sobrepasan la treintena de volúmenes. Cuéntense entre ellos; relatos, novelas, ensayos, artículos de opinión, reportajes, etc.

Pocas veces he visto en Venezuela una vida semejante; dedicada de manera íntegra y absoluta a leer y escribir. Argenis jamás supo hacer otra cosa que leer y escribir pero eso nunca lo entendió la godarria cultural gubernamental.

Después de vivir por largas temporadas en España, Bélgica, Francia y otros países europeos; luego de haber recorrido medio mundo y de conocer a escritores, artistas e intelectuales de la más variada pelambre, decidió volver –siempre se vuelve a Itaca– a la patria, como Pérez Bonalde, a aullar su escepticismo, teclear o digitar (aunque -dice Sant Roz- jamás usó computadora) su ingobernable nihilismo humanista en un país indolente con sus poetas, una nación implacable con sus sensibilidades más elevadas.

Yo que me precio de haber leído casi toda la Obra Completa de Emil Cioran pienso que no ha existido en nuestro país un escritor más acerbo y deletéreo en su estilo argumentativo que Argenis Rodríguez. Este novelista era una mezcla de Cioran con Nietzsche y Schopenhauer. Si me viera compelido a definir –tarea harto imposible- el temperamento de Argenis diría que en él se conjugó el sofista con el escéptico pirrónico. Encarnaba una lucidez infrecuente en nuestro panorama literario. La ironía era todo un portento de inteligencia difícilmente igualable entre sus pares de la narrativa. Forzando un poco la comparación: Argenis fue un Sartre al revés. Convocaba a las multitudes pero una vez que robaba el fuego prometéico de la ilusión en su lugar colocaba el fuego fatuo del sarcasmo. Por puro joder Argenis desnudó la impudicia de los gobernantes; les quitó las máscaras y, con su incisiva prosa ensayística o narrativa, los puso a bailar la danza macabra ante sus súbditos. Siempre supo que era una inteligencia superior en un país que naufragaba de confusión en confusión y eso nunca le sería perdonado por quines secularmente han dispuesto de las vidas ajenas para la continuidad de su sainete.

Este libro de José Sant Roz reivindica con toda la pasión subjetiva de que es capaz un decidido acto justiciero la noble y fecunda vida y obra de una de las trayectorias más diáfanas que ha dado el siglo veinte venezolano en materia creación genuina y auténtica y es un deber insoslayable recomendarlo en aras de reconocer la cima del pensamiento y de la imaginación cuando más falta hace.

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