De su diario...

DEL DIARIO DE ARGENIS. MARTES 15 DE JULIO DE 1971, PALMA DE MALLORCA, ESPAÑA.

“Estoy cansado de vivir en malos hoteles y de comer comida barata. Tengo 35 años y en Venezuela, mi país, ni siquiera tengo un rincón donde llegar. Rehacer mi vida sería abandonar todo trazo de literatura y dedicarme a llevar una vida más o menos normal, standard; una vida que no me diferencie de los demás retrasados mentales que componen el conglomerado del sitio donde nací. ¡Ya basta de ser un desplazado! ¡Hay que transigir, hay que convertirse en una mierda!
Yo comprendo que hay gente que nazca ordenada y que mantenga una familia. Y esta gente es para mí la que mantiene todo el mundo. Yo soy mal ejemplo y donde llego desacomodo todo, muy a pesar mío.
Aquel hombre (César Dávila Andrade) sentía cada vez más miedo de sí mismo y de los otros hombres.
En “Pacto con los hombres”, cuento de César Dávila Andrade, de su último libro, encuentro otro suicidio. Estaba obsesionado. El Cóndor ciego muere dejándose caer y este segundo hombre muere arrojándose por una ventana. César Dávila Andrade murió desangrado: se cortó las venas.
En Un centinela ve aparecer la vida el que se nos presenta como personaje principal narra la misteriosa travesía de un vagón con siete personas dentro. El vagón baja desfiladeros y sube hasta las cimas, donde no se respira aire. César Dávila Andrade nos da la impresión que lanza a todos los personajes a la muerte. O a algo que se le parece. Los personajes de este cuento llegan hasta las regiones donde ya es imposible soñar o mentir. Pasan cóndores y aves que llegan a vivir sus breves memorias durante el tiempo del último golpeo. Entonces viene una vibración, un encontronazo y el cielo resplandece con intensa luz simultánea. El hombre que queda solo con un fusil piensa hacer lo que hacen “los sentimentales solitarios, cuando están destacados en sus inaccesibles y remotas garitas envueltas en la irreal desolación del amanecer, y le atormenta la visión de sus vidas desplazadas, aferran el arma irrevocable, toman entre sus dientes la boca del cañón, asientan la culata en el pavimento, y se disparan con el pie derecho. Pero yo…”
(Extracto del diario de Argenis publicado en el libro “Desesperación Calificada” de José Sant Roz”)

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