Decía el gran maestro del aforismo y de los Silogismos de la Amargura, E.M.Cioran, tal vez siguiendo a Michel de Montaigne en sus Essais, que si no era para hablar de uno mismo, qué sentido tenía escribir. Hoy, cuando leo un par de libros del más escéptico y maldito de los escritores venezolanos del siglo XX, confirmo la premonición cioraniana. Leo la novela (documento testimonial, autobiografía, Diario de guerra, qué sé yo) titulada ENTRE LAS BREÑAS y el volumen 2 de las MEMORIAS de Argenis Rodríguez y me reafirmo lo que mi intuición de lector me indica de bruces. La obra narrativa (novelas y cuentos) de Argenis Rodríguez es un desgarrador estallido del yo y sus corolarios, él (Argenis Rodríguez) es la materia de su obra. Quien conoce medianamente la literatura venezolana sabe perfectamente que Argenis era un creyente sin fe; su escritura ficcional y ensayística está impregnada de una virulencia sanguinolenta que torna inocultable la estirpe filosófica de este magiar de las letras venezolanas. Tal pareciera que este insurrecto de la estética literaria nativa proviniera de esa casta de irreverentes indomeñables que tuvieron como maestros en la antigüedad griega a Pirronne, a Diógenes Laercio. Con razón, ahora entiendo por qué Argenis Rodríguez decía que no tenía tiempo para detenerse a leer a los escritores contemporáneos de su generación, pues toda su prolífica y fértil existencia literaria se la entregó íntegramente a leer a los Clásicos. Se ufanaba de invertir sus mejores horas de vida a escuchar a Bach, a Bethoven, oía como un poseído a Mozart y a Chopin y decía que los últimos doscientos años no habían podido parir un novelista como Dostoiewski. Era tanta la admiración, y tan desmedida, que Argenis Rodríguez sentía por Jorge Luis Borges que nunca dudó en considerarlo el más grande escritor hispanoamricano del siglo XX. Razones no le faltaban y se las escupía en la cara a cualquier ignorante que osara replicarle lo contrario.

De ninguna manera es una exageración decir que Argenis Rodríguez fue el Raskolnokof de la literatura venezolana; todos los sentimientos, todas las emociones, todos los padecimientos, toda la angustia y desesperación que puede soportar la especie humana fue escrita magistralmente con una descarada sinceridad por este escritor sin par que tuvo el inusual valor autoinmolarse por su propia mano en Marzo del año pasado.

Leo el Capítulo XLIX (Quinta Parte) de las MEMORIAS de Argenis Rodríguez sugerentemente titulado Maldiciones y advierto un epígrafe calzado con el inmaculado y eterno nombre de Artur Rimbaud que dice: “Logré desvanecer de mi espíritu toda esperanza humana”. ¿caso es casual este lapidario pensamiento del genio francés?. Rodríguez no dejaba pasar ocasión para reivindicarse heredero de una raza de hombres que nacieron para hacerse un destino inextricablemente ligado a la creación poética, porque por encima de todo y en primer lugar Argenis Rodríguez fue un poeta; un gran poeta. De hecho su nombre y su singular trayectoria literaria quedará para siempre asociada a la más acendrada familia de las grandes y egregias voces de la narrativa hispanoamericana de la recientemente finalizada centuria.

La escritura de Argenis Rodríguez alcanza cimas tan excelsas que parece una escritura dictada por el demonio. Él mismo lo dejó consignado en sus testimonios, no nació para el ornamento ni para la frase ripiosa, le molestaba la falsa retórica seudoestética por eso es inútil buscar en su inveterada escritura sanguínea algún floripondio ditirámbico que tuviera como propósito exornar la frase para atrapar al lector. Sin conocerle personalmente, hurgo implacable entre sus libros –que son legión valga decirlo de una vez- datos sobre su formación académica y me encuentro que es digno militante de esa ilustre prosapia de autodidactas que abrevaron en febriles lecturas que jamás hubiera podido leer si hubiera pisado un aula universitaria. Argenis Rodríguez perteneció al árbol sagrado al cual pertenece Renato Rodríguez, al cual perteneció Andrés Mariño-Palacio. Le gustaba solazarse en las vehementes lecturas de José Antonio Ramos Sucre y no escatimaba elogios para el trágico final del bardo cumanés. Argenis fue un auténtico Out Sider de las letras venezolanas; su nombre ya pertenece a esa legión de ilustres suicidas que vivieron la vida como la vivió el genio del romanticismo alemán Von Kleist o el propio Gerard de Nerval a quienes, valga acotarlo de paso, admiraba sin reservas y casi con idolatría. Pienso en Argenis Rodríguez y recuerdo mis imperdibles lecturas de sus Artículos de Opinión en El Nuevo País y concluyo que en los últimos cincuenta años de literatura venezolana no ha existido escritor más heterodoxo y más de la sombra que Argenis. Tuvo la valentía de escribir para la posteridad sin hacerle concesiones a la literatura ligera ni a la pose kischt que tanto proliferó en los aburridos ambientes intelectuales caraqueños de hace 20 o 30 años atrás apenas. Leo Entre las Breñas y me viene a la memoria Pedro y el Capitán de Mario Benedetti en tanto se me desdibuja Aquí no ha pasado nada de Angela Zago o ese bodrio malamente escrito por Diego Salazar sobre la fuga del San Carlos.

Emplazo al lector a procurarse un libro de este escritor proscrito de la literatura venezolana; observará que cada línea, cada párrafo, cada fragmento es una andanada de autenticidad o de provocación o de odio o de confesional ternura que para los efectos es tanto como decir lo mismo. Es claro que Argenis siempre tuvo plena conciencia, tempranamente, tal vez antes de cumplir los dieciocho años, de que estaba escribiendo una página de significativa trascendencia en las letras nacionales, por eso jamás se desvió del tortuoso camino que se trazó desde que decidió instalarse en Caracas y optar para siempre por la escritura como proyecto de vida. De tanto leer, mejor dicho de tanto escribir, Argenis Rodríguez creó una realidad aparte, construyó un mundo paralelo, quizá más comprensivo y benigno que la lacerante realidad real que nos circunda como un espinaral. Qué duda cabe, Argenis fue un demiurgo capaz de enmendar capítulos enteros de la vida enferma de una nación llamada Venezuela. Su condición de taumaturgo no tiene el más mínimo resquicio de duda.

Volviendo a los aforismos contenidos en las MEMORIAS de Argenis Rodríguez, menester es resaltar que en ellos coexisten, como es natural que así sea, varios Argenis. Encuentra en estos destellos de lucidez al escritor desesperado y agobiado por el exceso de inteligencia al tiempo que hay en dichos aforismos una discreta misoginia de raigambre nietzscheana.

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