“Como ya he relatado en siete tomos de memorias, a mí siempre se me ha considerado un vago porque no tengo un trabajo fijo.
No estudié, no tengo título ni sueldo alguno. Duermo en el solar de una casa y la comida me la regala el señor Bruno Zarramella, dueño de un restaurant.
Sin embargo, fui el único escritor que estuvo en las guerrillas y escribí y publiqué el libro mejor escrito en la historia de este país: Entre las breñas.
He viajado por mi cuenta, como sirviente de varios barcos, por toda América Latina y trabajé en Santiago de Chile como periodista y el diario El Siglo me publicó un libro de relatos: Sin Cielo.
Juan Liscano, a raíz de la publicación de Entre las breñas, me consiguió una beca y me fui a París, donde escribí mi Diario de París (o El Testigo) y Donde los ríos se bifurcan. Regresé y luego volví con una señora que me ayudó mucho. Nos establecimos en Bruselas y allí escribí Gritando su agonía, La fiesta del embajador, Un diario de diez mil páginas, Los caminos nocturnos y El catire y otros relatos. Por carta conocí al Premio Nobel Camilo José Cela y él me publicó La Fiesta del embajador que se vendió en España y toda Europa.
También Cela me publicó once relatos y un día recibí un telegrama donde me invitaba a su casa de Palma de Mallorca. Lo entrevisté para El Nacional de Caracas. En casa de Cela pasé seis meses. Allí comía, dormía, nadaba en su piscina y escribía lo que sería la vida de Pérez y Cecilia Matos. Para Cela yo no era un vago, era un escritor.
Para ciertos personajes ilustres he sido un creador y un escritor. Para el doctor Ramón J. Velásquez he sido además de escritor y creador, periodista. Me abrió las puertas de El Nacional donde escribí por algo más de veinte años. Velásquez, cuando fue presidente de la República, me condecoró con la Orden Andrés Bello en su Primera Clase. Para Liscano, Orlando Araujo, Jiménez Emán, José Balza, Guillermo Meneses y la intelectualidad venezolana he sido un creador y un novelista. Para la gran literatura latinoamericana que publicó Anderson Imbert en el Fondo de Cultura de México soy el paradigma de las letras venezolanas, e inicia su estudios sobre Venezuela con Entre las Breñas. Igual ha pasado en España, Chile, México, Buenos Aires, Le Monde (de París) y no se que otras cosas que se dedican a la cultura.
Trabajo día y noche en esto de leer y escribir y no voy a dejar esto por una arepa o un cambur. En el estado Guárico, donde por desgracia nací, me llaman vago, flojo e inútil. Yo entiendo eso porque en el Guárico no hay un solo artista. Si allí nace un pensador, se va a Caracas. En Guárico no hay un museo, no hay una cinemateca, no hay una editorial ni hay una librería y creo que apenas hay un solo cine.
Si yo viajo al Guárico es para tomar notas y escribir cuentos o novelas de la barbarie que sigue empecinada allí. He publicado 42 libros y en Guárico nadie conoce un solo título: a mi me conocen en esta tierra porque duermo en las plazas públicas o en los solares ajenos. Yo allí soy un vago ¿Porqué no habrán dicho que soy ladrón y me encierran en la Penitenciaría General de Venezuela? No, yo como Ramos Sucre y los grandes de este país estoy condenado a morirme de hambre. O condenado a meterme un balazo para que todos en Guárico y Venezuela se alegren.
Escribo esta nota porque leo en El Nacional de 21 de enero de 2000 que Ernesto Mayz Vallenilla se considera un filósofo y un creador y lo sostiene de esta manera:
- Vivo para y por el pensamiento y por y para la creación.
Y yo se que Mayz Vallenilla ha vivido siempre en una mansión, nunca ha pasado trabajo y ha publicado una considerable cantidad de libros.
Yo no tengo nada contra él porque no sufro de envidia ni de celos. Mayz Vallenilla es un filósofo y yo me considero un narrador y ahora mismo he terminado de escribir una novela sobre lo sucedido en Maiquetía. Yo se que no tendré editor porque a mí nadie me adula ni yo puedo pagarle una cena a nadie ni mucho menos conseguirle un cambur a una persona.
En este país soy un cero a la izquierda y estoy más que consciente de esto.
Yo no le voy a adular a José Vicente Rangel para que me mande a España, como varios escritores, como Garmendia, Adrianito, Elisa Lerner y otros cuantos más que le adularon a Burelli Rivas. Y llegó un momento que nuestra representación en España llegó a tener cuatro Agregados Culturales y hasta más. Que esto quede claro.
Soy un vago y un coño de madre porque Venezuela me ha hecho así.”
(Uno de sus últimos artículos. Tomado del libro “Desesperación Calificada” de José Sant Roz)
No estudié, no tengo título ni sueldo alguno. Duermo en el solar de una casa y la comida me la regala el señor Bruno Zarramella, dueño de un restaurant.
Sin embargo, fui el único escritor que estuvo en las guerrillas y escribí y publiqué el libro mejor escrito en la historia de este país: Entre las breñas.
He viajado por mi cuenta, como sirviente de varios barcos, por toda América Latina y trabajé en Santiago de Chile como periodista y el diario El Siglo me publicó un libro de relatos: Sin Cielo.
Juan Liscano, a raíz de la publicación de Entre las breñas, me consiguió una beca y me fui a París, donde escribí mi Diario de París (o El Testigo) y Donde los ríos se bifurcan. Regresé y luego volví con una señora que me ayudó mucho. Nos establecimos en Bruselas y allí escribí Gritando su agonía, La fiesta del embajador, Un diario de diez mil páginas, Los caminos nocturnos y El catire y otros relatos. Por carta conocí al Premio Nobel Camilo José Cela y él me publicó La Fiesta del embajador que se vendió en España y toda Europa.
También Cela me publicó once relatos y un día recibí un telegrama donde me invitaba a su casa de Palma de Mallorca. Lo entrevisté para El Nacional de Caracas. En casa de Cela pasé seis meses. Allí comía, dormía, nadaba en su piscina y escribía lo que sería la vida de Pérez y Cecilia Matos. Para Cela yo no era un vago, era un escritor.
Para ciertos personajes ilustres he sido un creador y un escritor. Para el doctor Ramón J. Velásquez he sido además de escritor y creador, periodista. Me abrió las puertas de El Nacional donde escribí por algo más de veinte años. Velásquez, cuando fue presidente de la República, me condecoró con la Orden Andrés Bello en su Primera Clase. Para Liscano, Orlando Araujo, Jiménez Emán, José Balza, Guillermo Meneses y la intelectualidad venezolana he sido un creador y un novelista. Para la gran literatura latinoamericana que publicó Anderson Imbert en el Fondo de Cultura de México soy el paradigma de las letras venezolanas, e inicia su estudios sobre Venezuela con Entre las Breñas. Igual ha pasado en España, Chile, México, Buenos Aires, Le Monde (de París) y no se que otras cosas que se dedican a la cultura.
Trabajo día y noche en esto de leer y escribir y no voy a dejar esto por una arepa o un cambur. En el estado Guárico, donde por desgracia nací, me llaman vago, flojo e inútil. Yo entiendo eso porque en el Guárico no hay un solo artista. Si allí nace un pensador, se va a Caracas. En Guárico no hay un museo, no hay una cinemateca, no hay una editorial ni hay una librería y creo que apenas hay un solo cine.
Si yo viajo al Guárico es para tomar notas y escribir cuentos o novelas de la barbarie que sigue empecinada allí. He publicado 42 libros y en Guárico nadie conoce un solo título: a mi me conocen en esta tierra porque duermo en las plazas públicas o en los solares ajenos. Yo allí soy un vago ¿Porqué no habrán dicho que soy ladrón y me encierran en la Penitenciaría General de Venezuela? No, yo como Ramos Sucre y los grandes de este país estoy condenado a morirme de hambre. O condenado a meterme un balazo para que todos en Guárico y Venezuela se alegren.
Escribo esta nota porque leo en El Nacional de 21 de enero de 2000 que Ernesto Mayz Vallenilla se considera un filósofo y un creador y lo sostiene de esta manera:
- Vivo para y por el pensamiento y por y para la creación.
Y yo se que Mayz Vallenilla ha vivido siempre en una mansión, nunca ha pasado trabajo y ha publicado una considerable cantidad de libros.
Yo no tengo nada contra él porque no sufro de envidia ni de celos. Mayz Vallenilla es un filósofo y yo me considero un narrador y ahora mismo he terminado de escribir una novela sobre lo sucedido en Maiquetía. Yo se que no tendré editor porque a mí nadie me adula ni yo puedo pagarle una cena a nadie ni mucho menos conseguirle un cambur a una persona.
En este país soy un cero a la izquierda y estoy más que consciente de esto.
Yo no le voy a adular a José Vicente Rangel para que me mande a España, como varios escritores, como Garmendia, Adrianito, Elisa Lerner y otros cuantos más que le adularon a Burelli Rivas. Y llegó un momento que nuestra representación en España llegó a tener cuatro Agregados Culturales y hasta más. Que esto quede claro.
Soy un vago y un coño de madre porque Venezuela me ha hecho así.”
(Uno de sus últimos artículos. Tomado del libro “Desesperación Calificada” de José Sant Roz)
DEL DIARIO DE ARGENIS. MARTES 15 DE JULIO DE 1971, PALMA DE MALLORCA, ESPAÑA.
“Estoy cansado de vivir en malos hoteles y de comer comida barata. Tengo 35 años y en Venezuela, mi país, ni siquiera tengo un rincón donde llegar. Rehacer mi vida sería abandonar todo trazo de literatura y dedicarme a llevar una vida más o menos normal, standard; una vida que no me diferencie de los demás retrasados mentales que componen el conglomerado del sitio donde nací. ¡Ya basta de ser un desplazado! ¡Hay que transigir, hay que convertirse en una mierda!
Yo comprendo que hay gente que nazca ordenada y que mantenga una familia. Y esta gente es para mí la que mantiene todo el mundo. Yo soy mal ejemplo y donde llego desacomodo todo, muy a pesar mío.
Aquel hombre (César Dávila Andrade) sentía cada vez más miedo de sí mismo y de los otros hombres.
En “Pacto con los hombres”, cuento de César Dávila Andrade, de su último libro, encuentro otro suicidio. Estaba obsesionado. El Cóndor ciego muere dejándose caer y este segundo hombre muere arrojándose por una ventana. César Dávila Andrade murió desangrado: se cortó las venas.
En Un centinela ve aparecer la vida el que se nos presenta como personaje principal narra la misteriosa travesía de un vagón con siete personas dentro. El vagón baja desfiladeros y sube hasta las cimas, donde no se respira aire. César Dávila Andrade nos da la impresión que lanza a todos los personajes a la muerte. O a algo que se le parece. Los personajes de este cuento llegan hasta las regiones donde ya es imposible soñar o mentir. Pasan cóndores y aves que llegan a vivir sus breves memorias durante el tiempo del último golpeo. Entonces viene una vibración, un encontronazo y el cielo resplandece con intensa luz simultánea. El hombre que queda solo con un fusil piensa hacer lo que hacen “los sentimentales solitarios, cuando están destacados en sus inaccesibles y remotas garitas envueltas en la irreal desolación del amanecer, y le atormenta la visión de sus vidas desplazadas, aferran el arma irrevocable, toman entre sus dientes la boca del cañón, asientan la culata en el pavimento, y se disparan con el pie derecho. Pero yo…”
(Extracto del diario de Argenis publicado en el libro “Desesperación Calificada” de José Sant Roz”)
“Estoy cansado de vivir en malos hoteles y de comer comida barata. Tengo 35 años y en Venezuela, mi país, ni siquiera tengo un rincón donde llegar. Rehacer mi vida sería abandonar todo trazo de literatura y dedicarme a llevar una vida más o menos normal, standard; una vida que no me diferencie de los demás retrasados mentales que componen el conglomerado del sitio donde nací. ¡Ya basta de ser un desplazado! ¡Hay que transigir, hay que convertirse en una mierda!
Yo comprendo que hay gente que nazca ordenada y que mantenga una familia. Y esta gente es para mí la que mantiene todo el mundo. Yo soy mal ejemplo y donde llego desacomodo todo, muy a pesar mío.
Aquel hombre (César Dávila Andrade) sentía cada vez más miedo de sí mismo y de los otros hombres.
En “Pacto con los hombres”, cuento de César Dávila Andrade, de su último libro, encuentro otro suicidio. Estaba obsesionado. El Cóndor ciego muere dejándose caer y este segundo hombre muere arrojándose por una ventana. César Dávila Andrade murió desangrado: se cortó las venas.
En Un centinela ve aparecer la vida el que se nos presenta como personaje principal narra la misteriosa travesía de un vagón con siete personas dentro. El vagón baja desfiladeros y sube hasta las cimas, donde no se respira aire. César Dávila Andrade nos da la impresión que lanza a todos los personajes a la muerte. O a algo que se le parece. Los personajes de este cuento llegan hasta las regiones donde ya es imposible soñar o mentir. Pasan cóndores y aves que llegan a vivir sus breves memorias durante el tiempo del último golpeo. Entonces viene una vibración, un encontronazo y el cielo resplandece con intensa luz simultánea. El hombre que queda solo con un fusil piensa hacer lo que hacen “los sentimentales solitarios, cuando están destacados en sus inaccesibles y remotas garitas envueltas en la irreal desolación del amanecer, y le atormenta la visión de sus vidas desplazadas, aferran el arma irrevocable, toman entre sus dientes la boca del cañón, asientan la culata en el pavimento, y se disparan con el pie derecho. Pero yo…”
(Extracto del diario de Argenis publicado en el libro “Desesperación Calificada” de José Sant Roz”)
Etiquetas: diario
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